Nada detiene al salitre en Cuitzeo | #Michoacan


Fotografía Enrique Castro


Por Héctor Tenorio
23 de febrero del 2017.- Desde la carretera de cuota que va al municipio de Cuitzeo se ven grandes borrascas de polvo de 20 metros de altura; soplan desde la comunidad Doctor Miguel Silva hasta Capacho, desde la 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde; es mediados de febrero y desde hace dos días se vive está situación en la parte del lago que está completamente seco.
Al acercarse al municipio de Cuitzeo, que fue declarado pueblo mágico, la visibilidad disminuye. En la comunidad Doctor Miguel Silva las personas caminan con cubre bocas; van en grupo, los niños también lo utilizan al andar en sus bicis.
La mayoría de personas barren las entradas de sus casas, llenan bote tras bote de salitre que entra en sus ojos y en la garganta; está en todos lados, como un fantasma que los amenaza, ellos apenas viven a 500 metros de lo que un día fue el lago Cuitzeo.
Estamos parados en la calle Francisco y Madero Poniente, conversamos con Antonio del Monte, quien limpia la calle junto con su padre; describe la situación como “difícil“, porque no se puede respirar y se necesita usar lentes para evitar que ardan los ojos.
Llevan dos cubetas de salitre, cuya consistencia es fina y se cuela por todos lados. Él reconoce que lo ha resentido en sus pulmones, “me ha tocado ir al doctor, quien nos recomienda que usemos tapabocas y lentes, luego me da medicinas”.
Su padre, el señor Trinidad del Monte, de 83 años, ha dejado de levantar el salitre, “esto no es diario solo se presenta por temporadas y pega este aire, lo que pasa es que la laguna está seca”.
Cuestiono:
– ¿Desde cuándo está seco?
-“Desde hace medio año se acabó el agua, tenía poquita pero desde hace días no le cae agua desde arriba”-.
Ingenuamente pregunto si las autoridades se han presentado, “¿las qué?”…
Insisto en si han visto al personal de la Secretaria de Salud, como que él no entiende. “Aquí abajo hay un centro de salud”, dice.
Una vecina se asoma a su balcón, ve con atención la conversación, Enrique Castro y yo pedimos informes de dónde podemos comprar cubre bocas, nos señala la tienda que está a unos metros.
Ahí, Carlos Belmontes Milán nos vende a cuatro pesos cada uno y luego nos dice, “la polvadera lleva varios días, tuvimos cuatro días buenos cuando celebramos la fiesta del patrón del pueblo, pasaron los festejos y volvió”.
En esta crisis ambiental lleva vendidos unos cuarenta cubre bocas. Los productos de su tienda se han llenado de polvo, cubrió la entrada con un plástico pero nada detiene al salitre, “le pido a gobernador que venga y vea si se puede solucionar porque es la salud de la familia”.
Su madre nos interrumpe: “Para cocinar uno debe tapar todas las cazuelas. Pero se mete de todos modos”. Retoma el diálogo Carlos Belmontes: “Había ciclos donde el lago tenía poca agua, pero ahora no hay nada”.
Enrique Castro pregunta: ¿a qué cree que se deba?
Respondió: “a la falta de agua”.
Continuamos nuestro recorrido, llegamos a Capacho, municipio de Huandacareo, estamos en la avenida Lázaro Cárdenas, los camiones de carga pasan y levantan más polvo. Es un pueblo condenado a la muerte.
Nos detenemos en la casa 278 de la señora Adela Guzmán Herrera, quien lleva dos cubetas que ha llenado de salitre, “tengo dos nietos, uno de seis meses y el otro dos años y les afecta mucho; llevamos ayer al más pequeño al doctor, tiene mucha flemas. El doctor nos dijo que no los saquemos, ya que les afecta las vías respiratorias”.
Su rostro describe el miedo en el que vive, “a mi mama de 77 años le afecta mucho, el terrero nos atacó mucho, hace 15 días fue muy fuerte. Nadie ha venido acá; el presidente municipal de Huandacareo no ha venido a apoyarnos”.
Yo digo que“, añade, “cuando ellos andan en campaña, andan tocando de puerta en puerta y ahora no se aparecen”. Se siente indignada porque hay gente que en su casa se les mete el polvo, “deberían venir a preguntar qué se necesita, hules o tapabocas”.
Los rumores recorren las calles; dice que el polvo tiene mucha contaminación: Espinas y escamas, la gente del pueblo dice que a una señora le cayó en un ojo y se tuvo que ir a Morelia.
Caminamos unos metros sobre las banquetas que tienen por lo menos unos 3 centímetros de espesor de salitre; llegamos a la casa con número 375, de Don Pedro León, él limpia con una aspiradora su terraza y el polvillo sale volando; hablamos con él desde abajo, le pedimos nos deje entrar.
Nos abre la puerta, en su cochera está una camioneta blanca cubierta por completo de salitre, el señor Pedro León pasa un dedo por el cofre para constatar el espesor. Él ha estado enfermo de la garganta, “estoy ronco y el médico me ha dado pastillas; todavía nos falta el mes de marzo, se vendrá peor, porque febrero loco y marzo otro poco”.
Espera que en los meses de agua se volverá a llenar el lago, aunque su predicción la toma con cautela: “El lago se secó desde octubre”.
Avanzamos hasta el lago, hay seis lanchas varadas y el sol está bajando; vamos rumbo a unos caballos que pastan; a lo lejos vemos la torre de la iglesia de Capacho, los pobladores dicen que hay un sitio donde el Ayuntamiento de Huandacareo ha dispuesto que pueden refugiarse, en caso de contingencia ambiental; el problema es que está cerrado.
Nosotros continuamos en el epicentro de la tragedia, nuestras huellas quedan plasmadas en el fin del mundo. El lago perdió profundidad hasta al grado de secarse debido a la tala inmoderada. Los afectados dicen que es necesario que se abran las dos compuertas que mantienen la parte de lago. Sin embargo, es insuficiente para llenar la parte seca.
Nos retiramos con un mal sabor de boca, la visibilidad es escasa, es el salitre que se esparce y lo invade todo.

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